Churro hacía sus primerísimos pinos, tras media vida de
tragar bilis de rodillas entre su envidia y su complejo de inferioridad.
Consiguió ser un lacayo de un señor que le aprobó unas oposicioncitas con un
desmerecido 10 frente a personas honestas. Ya tenía donde comer y donde
agarrarse para decir soy persona, ya había hecho sufrir por injusticias a
otras, ya existía pues.
Pero como mediocre profe no fue ni admirado, ni
querido, haciendo el ridículo y aprovechándose del talento de sus alumnos a los
que copiaba en venganza de su pensamiento camusiano, pues le preocupaba que se
rieran a sus espaldas.
¡Ah mi pierna!, se me ha dormido haciendo yo otro pino
de los de Churro, con el ordenador a cuestas.
Fue entonces cuando entre el suicidio
y el asesinato este tal Churro no se destapó, porque subió en ese momento de
desesperación al trono del virreinato de aquel cutre culegio la Moños. Menos
mal que Churro no había dado la jeta, tanta vida de esfuerzo y trabajo
quimérico podían tener su recompensa, porque la Moños ¿quién era la Moños?
Alguien que todavía había estudiado menos que él. Sí, eso era posible.
Solo
quedaba sacarse el carnet del partido de turno.
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